‘EL BANDO Y RUPTURA’


Fragmento de:


‘HISTORIA DE UNA CEREZA’
Obra de teatro
de Miguel Pacheco Vidal


fragmento de esta obra   
adaptado por el autor para su utilización
              como ejercicio de lectura participativa
                                  en el taller de actividades del
                     centro de atención a drogodependientes
                                         CAS de Sants (Barcelona).
 (Representado en Navidad 2.006)





Narrador.- LOS HABITANTES DE UN PAÍS QUE USTEDES, SI ASÍ LO DESEAN, PUEDEN CONSIDERAR IMAGINARIO, AGOSTADO, Y SIN NATURALEZA VIVA, EL PAÍS DE LAS SINCEREZAS, VIVÍAN DESDE HACÍA SIGLOS, SIN VEGETALES QUE COMER, ACOSTUMBRADOS A UNA DIETA COMPUESTA POR PLÁSTICO Y CARTÓN.
SOLO TENÍAN UN VESTIGIO DE SU ANTIGUA FORMA DE VIVIR: CONSERVABAN, EN UNA URNA DEL MUSEO METROPOLITANO, UNA COSA REDONDA, ROJA Y CON RABO, SOBRE LA QUE CONSIGUIERON SABER QUE SE LLAMABA CEREZA.
SE DIO EL CASO, EN UN LANCE DE SU HISTORIA, DE QUE UN VENERABLE SABIO, UNO DE LOS QUE LA VIGILABA NOCHE Y DÍA, EL SABIO CATACLAS, LOGRÓ AVERIGUAR QUE LA CEREZA ERA UNA COSA COMESTIBLE Y, SIN PODER RESISTIR LA TENTACIÓN, TEMERARIAMENTE, SE LA ZAMPÓ.
COMO BIEN SE PUEDE SUPONER, ESTA VIL E IRRESPONSABLE ACCIÓN ARMÓ UN TERRIBLE REVUELO EN EL HASTA ENTONCES RESIGNADO PAÍS DE LAS SINCEREZAS, QUE SE VIO AMENAZADO POR UNA REVOLUCIÓN SIN PRECEDENTES.
Después de una larga y laboriosa reunión, EL REY Secías VIII, siguiendo los consejos de los sabios que le rodeaban, tomó la decisión de escribir un edicto para todos los habitantes de su país.
Secías VIIII.- De orden de Su Majestad, el rey Secías VIII, soberano de todos los dominios de este país de las Sincerezas, mando la busca y captura del sabio Cataclás, declarado en fuga y acusado del vil delito del robo de la cereza, tantos años venerada en nuestro museo metropolitano.
Esta corona dispone una substanciosa recompensa para quien capture al fugitivo y recupere el tan preciado reliquio(3) de nuestro museo. A quien traiga a Cataclás a mi presencia se le concederá la mano de la princesa Gisela, la hija del rey.
Como que es probable que haya sustraído la cereza con la simple intención de comérsela, si lo encontráis después de cagar, hay que hacer que cante donde echó el bulto y, si no cagó todavía, se le traerá rápidamente a palacio, aquí se le hará cagar, después se le descuartizará como es costumbre y su delito merece y se le enterrará en tierra fértil, por si acaso.
Yo, Secías VIII, soberano de las tierras y hombres del país de las Sincerezas.
Cataclás.- ¡Si lo llego a saber!... ¡Menos mal que solo había una cereza!... ¡Ay, me deshago! ¡No puedo más! ¡Qué triste situación la mía, con las tripas flojas! ¡Tan flojas que no paran de soltar! ¡¡Ay,ay,ay!... Y encima, perseguido por los esbirros del rey... ¡¡Ay,ay,ay!! Si no puede ser que me quede nada dentro... ¿Eh? ¿Qué es eso? ¡Ya están ahí otra vez! Me esconderé... ¡¡Allí!!
Aviam.- No puede andar muy lejos. Está lleno de rastros.
Escudero.- Lleno, lleno está Yo ya pisé más de un rastro sin darme cuenta.
Aviam.- Pero hay tanto rastro que te pierdes. Cuando crees que ya lo tienes cerca, desaparece entre tanto rastro. Esto me huele mal.
Escudero.- Ya lo creo que huele mal; que no hay quien lo aguante.
Aviam.- ¡Calla! ¿Qué ruido ha sido ése?
Escudero.- ¿Qué?
Aviam.- Por ahí debe de andar. Seguro.
Escudero.- Ya te tenemos. No te resistas que te atizo.
Cataclás.- No, no, no me hagáis daño. Me entrego, me entrego.
Aviam.- Tráelo hasta aquí.
Musol el Feo.- ¡Deteneos!
Aviam.- ¿Quién va y qué es lo que desea?
Musol.- Soy Musol el Feo, hidalgo del país de las Sincerezas. Y ¿tú quién eres?
Aviam.- Soy Aviam del Fósforo, legendario aventurero, de la ley el protector y de las damas el consuelo.
Musol.- ¡Ja, ja, ja! No me digas... y ¿para qué quieres tú a Cataclás?
Aviam.- Lo llevo preso a palacio para que cumpla condena y a mí me den por recompensa la mano de la bellísima Gisela; que he de rendirme a sus pies y, después, heme de casar con ella.
Musol.- Si supieses leer en tu destino, sabrías ya que eso es precisamente lo que no vas a hacer.
Aviam.- Y ¿quién osará impedírmelo?
Musol.- Yo mismo; que si de alguien ha de ser el tierno amor de la princesa, para un valiente como yo ha de ser la recompensa. Así que suelta el prisionero que de él me encargo yo si no quieres salir con daño de la suerte esta.
Aviam.- ¿Crees acaso que me han de atemorizar tus alaridos? ¿O acaso crees que ha de temblar el firme pulso de este guerrero porque te muestres con ese rostro tan feo?
Musol.- ¿Feo yo? Has firmado tu sentencia de muerte.  Vas a recibir tu justo merecido por bellaco y por insolente. ¡¡¡Aaaaahhhhh!!!
Aviam.- A ver si tienes más cuidado.
Escudero.- ¡Qué cachiporrazo!
Director.- Pero ¿qué ha pasado aquí?
Musol.- ¡Qué va a pasar! ¡Que he pisado una de las mierdas! ¡Estoy harto de esta obra! ¡Esto es un asco! Me voy a romper una pierna.
Director.- Si esto hay que cambiarlo porque cada vez nos sale peor.
Cataclás.- Eso, cámbialo, porque de la próxima no salimos.
Director.- Veamos, veamos... Ya está. Venid a ver qué os parece. ¿De acuerdo?
Todos.- De acuerdo.
Director.- Venga pues. Vamos a... vamos a  “Lo llevo preso a palacio...” en adelante. ¡En marcha!
Aviam.- Lo llevo preso a palacio para que cumpla condena...
Musol.- No señor. No estoy de acuerdo. Habíamos quedado que empezaríamos en el párrafo anterior en el “¡Ja,ja,ja! No me digas...” que a mí me sale muy bien el “¡Ja,ja,ja!”.
Director.- ¡Está bien, está bien, está bien! Pero empezad ya de una vez.
Musol.- ¡Ja,ja,ja! No me digas... y ¿para qué quieres tú a Cataclás?
Aviam.- Lo llevo preso a palacio para que cumpla condena y a mí me den por recompensa la mano de la bellísima Gisela; que he de rendirme a sus pies y, después, heme de casar con ella.
Musol.- Si supieses leer en tu destino, sabrías ya que eso es precisamente lo que no vas a hacer.
Aviam.- Y ¿quién osará impedírmelo?
Musol.-  Yo mismo, si no fuera porque ha de ser ella, la propia princesa, la que lo ha de impedir. Eligiendo entre los dos, estoy seguro de que ha de ser a mí a quien va a escoger y no vais a permitir vos, que os decís el consuelo de las damas, que una princesa se os entregue por imposición.
Aviam.- ¿Qué proponéis, entonces?
Musol.-  Que portemos entrambos el prisionero a palacio, que digamos que ha sido apresado por los dos y que sea la princesa en persona la que decida para quién va a ser la recompensa.
Aviam.- No me parece mal la idea: que sea ella misma la que decida con quien se habrá de casar.
Musol.-  ¿Conforme, pues?
Aviam.- Conforme.
Musol.-  ¡En marcha!
Aviam.- Si supiera que es a mí a quien quiere la princesa y que es a él a quien odia... no iría tan seguro haciendo conmigo este pacto. ¡Oh, princesa! Cada vez tengo más cerca tu dulce abrazo.
Musol.- ¡Qué poco se puede imaginar este pazguato la que le espera! En cuanto llegue a palacio diré que al sabio lo encontré yo solo y que él es un vulgar mentiroso y, entre un aventurero del que nadie conoce su origen y un hidalgo de la corte ¿a quién van a creer? A él lo descuartizarán y yo tendré a la princesa como recompensa. ¡Ja,ja,ja! -¡Qué bien me sale!
Narrador.- Cataclás sabe de sobras que, en cuanto dé la pista de la cereza, será condenado a muerte, por ello aguanta la tortura hasta el final.
Cataclás.- No tiréis mucho de la cuerda que voy flojo y no me puedo aguantar.Torturador.- ¡Confiesa!
Cataclás.- No diré nada.
Torturador.- Dinos dónde cagaste la cereza.
Cataclás.- No diré nada, nada, nada... No puedo más...
Torturador.- No ha soportado la tortura. Se ha desmayado.
Secías VIII.-  ¡Qué le vamos a hacer! Tendremos que esperar. Entre tanto, tendremos que enviar rastreadores por todo el país; a ver si entre los regalos que ha dejado éste por todas partes, encuentran el hueso de la cereza. ¡La mierda que nadie la toque hasta que llegue yo! Que hay que saber tratarla. No sé, igual lo podríamos descuartizar ya. Quizá no se enteró de nada; seguro que no sabe ni lo que cagó. A ver, dejadme mirar aquí. ¡Nada! Aquí no hay nada y dudo que podamos encontrar la cereza por ahí. ¡Bah! ¿Sabéis qué? Echad a éste a los calabozos que ya le daremos su merecido después. Ahora, llamad a Gisela y haced entrar a quienes han traído a Cataclás.
Musol.- Majestad...
Secías VIII.- ¡Mi querido Musol el Feo, ¡Qué alegría veros en esta oportunidad!
Aviam.- Majestad...
Secías VIII.- Realmente me ponéis en un aprieto y vosotros lo sabéis. Vosotros sabéis que yo prometí por real edicto conceder la mano de mi hija a aquél que lograra... Ah, Gisela, pasa y siéntate... ¡Qué bella estás!... Como os decía... que no quiero faltar a mi palabra, pero sólo tengo una hija y vosotros sois dos. ¿Cómo hacerlo?
Musol.- ¿En qué aprieto os podéis hallar si solo uno de los dos es el que realmente ha traído a Cataclás y ése he sido yo?
Secías VIII.- ¿Cómo?
Musol.- Este lo encontré yo por el camino y nos ha mentido a vos y a mí.
Aviam.- ¿Cómo os permitís...?
Musol.- Así que legítimamente vuestra hija me la tenéis que entregar a mí ¿o la preferís abandonar en manos de un vulgar ladrón de dotes?
Aviam.- Eso no es verdad... Gisela... He sido engañado...
Secías VIII.- ¡Prendedlo!
Aviam.- Bellaco tramposo. Nos veremos las caras.
Musol.- Me parece que eso ya va a ser muy difícil, amiguito.
Aviam.- ¡Me las pagarás! ¡No consentiré que roces la piel de Gisela!
Cataclás.- ¡Intruso! ¿Entrometido! Por tu culpa me he de ver como me veo. Por tu culpa me van a descuartizar. Total por qué: por cuatro lagrimitas de una niña consentida. Así te caigan todas las desgracias del mundo. Si no me hubiese atrapado y arrastrado hasta aquí...
Musol.- Maldito... Calla esa boca, ¡piojoso!
…….
Musol.- ¡Agggg! Mala suerte la mía... cuando estaba a punto de ser rey.
Aviam.- Gisela.
Gisela.- Aviam.
Aviam.- ¡Amor mío!
Secías VIII.- Creo... que os debo una disculpa. Si en algo pudiera compensaros el mal trago que os he hecho pasar...
Aviam.- Si, hay algo: perdonadle la vida a Cataclás.
Secías VIII.- Es muy gordo lo que ha hecho. Bueno, de acuerdo: perdonado está.
 Aviam.- Cataclás. Dime dónde cagaste la cereza.
…….
Aviam.- ¡Ya estoy aquí!
Secías VIII .- ¡La cereza!
Gisela.- Aviam, amor mío.
Aviam.- Gisela, mi vida 

Narrador.- Y este es el famoso hueso de cereza que, una vez plantado en tierra, debía originar un cerezo y salvar la vida en el país de las Sincerezas,
DIRECTor.- pero no fue así... resultó que no, que la cereza no germinó, porque la semilla no debía estar suficientemente madura. Ahora os preguntaréis si tanta aventura y dificultad no han servido para nada; que todo sigue igual.
Pero no os pongáis tristes, porque en esta historia vale lo que se hace y lo que se aprende y Gisela y Aviam habían aprendido que más allá de las montañas había cerezas, así que fueron a buscar las cerezas y, trabajando mucho, las plantaron y entonces sí que de una cereza nació un cerezo; del cerezo salieron muchas cerezas; las cerezas las plantaron y de las cerezas salieron cerezos; de los cerezos salieron muchas, muchas cerezas; las cerezas las plantaron y...
Narrador.- Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.





(3) En el original manuscrito figuraba ‘el tan preciado reliquia’, probablemente porque, sobre la marcha, cambié de término. Quien lo mecanografió optó por ‘reliquio’, pero debe ser ‘la tan preciada reliquia’.